martes, 7 de junio de 2011

Taganga

Estabamos en Taganga cerca a Santa Marta y me pareció lindisimo, esas playas son muy limpias y observé un atardecer maravilloso.

No se imaginan las diversas ocasiones que he escuchado esta frase en más de un turista que sucumbió ante el hermoso encanto de mi preciado terruño. Como a la mayoria de personas el paisaje, las playas y el ambiente que se vive en Taganga les encanta y hace de ello un buen momento para almacenar en la memoria de muchos.

Hoy día sentado en una silla tipo descanso en el calor de mi hogar, (hasta hoy Barranquilla), hago una pequeña remembranza de mi querida Taganga en donde deje 10 de mis años de niñez, pero que sirvieron para formar el hombre que hoy día soy. Siempre lo he dihco practicamente he vivido casi toda mi vida en Barranquilla y nunca he negado que aca me he realizado en lo personal y en lo profesional; pero nunca he dejado de pensar y de darle las gracias a dios por permitirme haber nacido en ese sitio tan hermoso como lo es Taganga, que para mí, al ihual que a mi difunto abuelo Luis Martin Matos Vasquez, El Poeta, Taganga es La Gran Perla.

Esos hermosos años en que el ir de paseo a playa grande era como ir de viaje a Bogotá; pues el solo pensar que subiriamos a un cayuco y llegar a punta de remo y canalete hasta alla era un disfrute máximo para nuestra vista, que se ahondaba en el inmenso y profundo mar azul y que recorría paso a paso los diversos ancones antes de llegar a nuestro destino.

Recuerdo que en ese entonces teniamos el privilegio de tener toda la playa a nuestra disposición, sin vendedores ambulantes, sin kioskos de ventas, sin tanta gente solo la naturaleza y nosotros los amos y señores de toda la playa en donde solo se veía lo espeso de la vegetación y las pocas personas que se veían pasar eran los pescadores que venían a píe desde Ancon, Ciciguaca, o Monocuaca con rumbo a Taganga.


Eran épocas en donde nada se tenia que comprar en la playa, pues todo se llevaba en el cayuco; se hacía un espectacular sancocho o sopa , del cual disfrutabamos a regañadientes luego de amenzarnos con castigarnos sino dejabamos de bañarnos un rato para alimentarnos. Ahh y a su vez se hacia la advertencia de no volver a meterse hasta 2 horas despues de haberse reposado de los alimentos que habíamos ingerido.

Asi seguíamos hasta el ocaso de la tarde, cuando ya nuestros padres unos cansados por la faena de cocina y otros ya con unos tragos demas, decidían partir hacia Taganga antes que la merea subiera. Era normal ver nuestros rostros de cansancio y casi dormidos dentro del cayuco o recostados en las piernas de nuestra madre que con amor nos acariciaba la cabeza hasta llegar de nuevo al pueblo en donde se ayudaba a Varar el cayuco a punta de polines y luego a cargar las ollas y chocoros hasta la casa.

Que bellos momentos aquellos en donde nuestra inocencia a flor de piél convergía con el ambiente de tranquilidad y de armonía de mi querida tierra; a la que le estoy y seguiré estando agradecído con Dios de haberme permitido nacer allí.


Maestro Mattos

Los fenicios y sus émulos tagangueros

Por José Alejandro Vanegas Mejía

El mar ha sido un elemento esencial en el desarrollo de la humanidad. Los pueblos guerreros de la antigüedad vivieron su gloria gracias, en gran medida, a las bondades que los puertos y ciudades les brindaron.
Los fenicios fueron navegantes eximios. El comercio era una de sus grandes pasiones y favoreció siempre su dominio y hegemonía sobre otros pueblos; pero la guerra, otra de sus fortalezas, los consolidó e hizo respetables ante sus enemigos. Es, pues, la navegación el factor determinante de su notable poderío.
Pero ese mismo mar, que le facilitó tantas conquistas guerreras, fue el camino expedito que aprovecharían sus enemigos u opositores para atacarla. Por vía marítima les llegó la invasión de los persas. Más tarde, cuando Cartago --hija predilecta de Fenicia-- estuvo en la mira de los romanos, el mar sirvió nuevamente de ruta para su destrucción.
Que estas cortas notas históricas sirvan para introducir un tema relacionado con comunidades asentadas frente al mar y que derivan de él su subsistencia. ¡Cuánta distancia hay entre los antiguos fenicios y los pueblos costeros de nuestro país! Distancia que se magnifica más en el tiempo, pues las acciones bélicas de Alejandro Magno, Amílcar y Asdrúbal Barca y aun de Escipión el Africano, son gestas que se remontan al siglo III antes de la era cristiana.
Pero entre nosotros, en la actualidad, algunos pequeños grupos de pescadores conservan la tradición de armadores, y agotan sus energías --y su vida entera-- en labores relacionadas con el mar.
La construcción, calafateo y refine de naves artesanales todavía son actividades de pescadores que se resisten a dejar morir el arte de la navegación a remo.
Desde años inmemoriales los pescadores de Taganga desarrollaron labores en ese coloso que casi besa sus rústicas viviendas. Con el tiempo las cosas han cambiado: llegó el llamado progreso, que poco a poco se ha propuesto borrar los vestigios que aún quedan de una época bucólica que, como la verdolaga y el abrojo, se asoma rebelde por entre el pavimento.
En la Taganga de hoy, después de sortear establecimientos que nos muestran los últimos avances de la modernidad, de la 'tecnología de punta' y de hoteles, hostales y posadas de varias estrellas, todavía podemos encontrar sitios, muy pocos, en verdad, que nos dan una idea de lo que en sus orígenes fue este antiguo remanso de paz.
Los ancones que aún subsisten no han variado en su esencia: los vigías otean permanentemente el mar y avisan al resto del grupo sobre la presencia del esperado y ansiado cardumen. Pocos minutos después, la apoteosis del triunfo o la decepción por la pírrica o ausente victoria. Para el pescador taganguero ambas opciones hacen parte del diario trajinar.
Otra de las actividades que no deben desaparecer es la construcción de botes y canoas para la dura pesca. Es esta la labor que más asemeja a los tagangueros con los fenicios: a partir de un gran tronco los esforzados 'ingenieros navales' logran tallar una embarcación que en muchos casos rebasa las cuatro brazas, cerca de siete metros de longitud.
En esta labor tiene gran responsabilidad el 'refinador'. Con el dominio experto de sus herramientas --la gubia, el serrucho y la garlopa, entre ellas--, el experto artesano se abstrae del mundo circundante y concentra sus sentidos en la tarea que lo ocupa.
Tal era el caso de Esteban Mattos, ya fallecido, patriarca taganguero que, aun bordeando sus ochenta años, no se dejaba perturbar por las preguntas de personas que deseaban conocer intimidades del oficio.
Ofrecía información sobre la antigua aldea, sobre los ancones y aventuras propias y ajenas en el mar, pero su faena diaria, como la de los fenicios, era su principal preocupación. De las manos de Esteban Mattos salieron numerosas embarcaciones, refinadas con esmero después de jornadas interminables, requeridas para cumplir su palabra en la fecha prometida.
Dejar las paredes de una canoa con el espesor exacto en cada centímetro de la nave fue en gran parte el oficio del viejo Esteban. Le sobraba, sin duda, el moderno reloj Rolex que le habían obsequiado. Puede decirse que no lo consultaba, tal vez por temor a interrumpir su tarea cuando más concentrado en ella se encontraba.
Los fenicios nunca pensaron que en un lugar de ensueño, en la costa norte colombiana, surgirían émulos suyos en el arte de conquistar el mar surcando sus olas sobre el lomo de embarcaciones construidas por ellos mismos.
Es el testimonio que los tagangueros pueden aportar a la historia de la navegación antes de que sus botes y canoas sean desalojados de sus propias playas por el mal llamado desarrollo de las nuevas comunidades.

http://www.elinformador.com.co/index.php?option=com_content&view=article&id=17484:los-fenicios-y-sus-emulos-tagangueros&catid=54:sociales&Itemid=411

La acordeonista



Cuando toca el acordeón el dios de la música se mete en su cuerpo y lo domina. Se abstrae escuchando sus propias melodías y todo lo que ocurre a su alrededor es ajeno a él. Su cerebro se divide en dos, una parte para cada mano. Pero su alma se marcha lejos de su cuerpo, que se mueve al son de la música que toca, sin moverse de la silla. Vals, polcas, tarantelas...todo sale del movimiento rítmico de sus dedos y sus brazos. Sus manos se mueven con agilidad por las teclas y aunque da la sensación de que las acaricia, toda la fuerza de su cuerpo se concentra en ese movimiento.
Mientras la música sale del instrumento, sus pies marcan el ritmo. Se mueven como si tuvieran vida propia, independientes del resto de su cuerpo.
La habitación se llena de imágenes pertenecientes a los lugares de donde provienen los ritmos que toca. Cuando se le escucha uno puede imaginar un puente de París un día de lluvia. La melodía es lenta, triste y melancólica; y se acompasa al ritmo de la lluvia. La gente camina por el puente a paso rápido. Algunos llevan paraguas y otros no. Todos pasan de largo por delante del acordeonista, que no para de tocar, a pesar de la lluvia. Se refugia debajo del soportal de un edificio y toca y toca sin parar.

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